Nunca ha sido fácil evaluar y no siempre ha sido verdaderamente eficaz. Tanto si se expresa de forma numérica: 3,67; 8,23... como si se concreta con un "bien", "regular", "mal", una evaluación de este tipo aporta muy poca información al proceso real de aprendizaje de un alumno y sobre todo no ayuda a reconducirlo, reforzarlo y optimizarlo desde el momento real en que se encuentra y a partir de sus dificultades. La evaluación no es un juicio, es un regulador del aprendizaje, ha de ser su motor.
Aunque ya hay conciencia clara - o debería haberla - de que no se puede evaluar con una sola prueba, examen, y ya se generalizado el concepto de evaluación continua, en lo que se refiere a la evaluación todavía estamos lejos de haberla transformado. Es cierto que antes han de haberse transformado el currículum y las metodologías.
Unas rúbricas claras, elaboradas conjuntamente por el profesor y los alumnos, el seguimiento del proceso de aprendizaje de cada alumno, convertir los errores en posibilidades de mejora, ayudan a hacer de la evaluación un instrumento útil para motivar el aprendizaje en los alumnos y para mejorar la práctica docente del profesor.
Los Colegios que ya han optado por el cambio y la innovación son buenos ejemplos de que es posible y satisfactorio transformar la evaluación. Es verdad que es necesario formarse para ello.
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