El saber, la ciencia, todo cuanto acostumbramos a llamar cultura, no se improvisan, son fruto de tiempo y esfuerzo. Forman un legado para las generaciones venideras muy rico en contenidos, imágenes, signos que nos permiten - aún a muchos siglos de distancia - empalmar con el acervo increíble de una rica herencia en cuanto a pensamiento, investigación, estudio y que nos deja reconocernos sus herederos.
Desconocer esta herencia es afincarse en un analfabetismo que no lleva a ninguna parte.
Hermosa tarea de la educación es la de señalar caminos para sintonizar con las más hondas raíces del pensamiento que nos legó Atenas y con la profunda espiritualidad que partió de Jerusalén. Son los espacios hábiles - recordaba K. Jaspers - donde todos van a poder referirse para crecer.
Obviar el pensamiento y la espiritualidad es cercenar lo fundamental de la persona humana.
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